De nuevo me negaste la palabra,
y el recelo, tocándome en el hombro,
comenzó a susurrar cosas amargas.
Intenté no escucharle, y me habló fuerte.
Me tapé los oídos, y dió gritos.
Corrí, y me persiguió. Yo estaba inerme.
Sólo tú, en tu llamada, hubieras dado
paz a mis pensamientos... Vana espera:
El teléfono mudo, el tiempo largo.
¿Despierta como yo? ¿Quizá durmiendo?
No sé; sólo sentí que me empujabas
lejos de tu velar y de tus sueños.
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